viernes, 25 de febrero de 2011

Troya: La verdadera historia de Aquiles y Patroclo


“Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles, cólera funesta que innumerables males causó a los griegos, que al Hades arrojó muchas almas de héroes, y que hizo de sus cueros presas de los perros y de todas las aves”.

La adaptación cinematográfica de “La Ilíada” de Homero, “Troya”, no respeta el texto original pues presenta a Aquiles como heterosexual enloquecido por la esclava Briseida, en contraste con la obra original en la que el héroe está abatido por la muerte de su “amigo” Patroclo.


En el original, Briseida era parte del botín de guerra que se repartían los jefes griegos tras la conquista de las ciudades aliadas a Troya. Claro sería mucho pedirle a Hollywood en los tiempos de Bush que respetara el texto original y mostrara a Brad Pitt acostándose con su compañero de arma, y no como mujeres, que en esa época equivalían a una mercancía comparable a un caballo.

Aquiles: ¿semidiós o trasvesti?



Según la mitología griega, Aquiles, hijo de Tetis y Peleo, es el héroe principal de los griegos en la guerra de Troya. Su madre, la diosa Tetis, para hacerlo invulnerable, lo toma del talón y lo sumerge en la laguna Estigia. Este talón es el único sitio de su cuerpo que continúa siendo vulnerable (de ahí la historia del talón de Aquiles).

El divino Calcar profetizó que la ciudad de Troya nunca podría ser conquistada sin ayuda de Aquiles. Su madre sabía que si su hijo iba a esta guerra, moriría; por este motivo, lo envió a la corte de Nicomedes, donde permaneció escondido disfrazado de mujer. Sin embargo, fue descubierto por el astuto Odisea. Aquiles decide partir hacia Troya, acompañado de Patroclo, que es su amigo desde la infancia.

El incidente de Briseida



Aquiles en la guerra se distinguió como un luchador infatigable. Era el jefe de los mirmidones. Conquistó varias ciudades troyanas, incluida Lierneso, donde obtuvo a Briseida como trofeo de guerra. Más tarde, Agamenón, el jefe de todos los griegos, fue forzado a desprenderse de su esclava Crispida y tomó a Briseida de Aquiles.

Este se retiró a su tienda enfurecido, jurando no luchar más. A partir de este momento los troyanos tomaron la ofensiva. Patroclo percude a Aquiles para que lo deje dirigir a los mirmidones para ayudar a los griegos. Hace retirar a los troyanos hasta las murallas de su ciudad. Pero el troyano Héctor lo hiere mortalmente.

Aquiles: el desconsolado “viudo”



Cuando Aquiles conoce de esta noticia rompe en terribles sollozos, coge puñados de tierra y los arroja sobre su cabeza, se tiende en el suelo y se arranca los cabellos. Uno de sus hombres le sujeta las manos, temeroso de que se degüelle con su espada.

Su madre, la diosa Tetis lo consuela, pero Aquiles responde que ya no quiere vivir ni inquietarse por nada humano, mientras no mate a Héctor, en venganza por la muerte de Patroclo. Enfierecido por la muerte de su “amigo”, sale al campo de combate y mata a Héctor.

En su última batalla, Paris sale a combatir a Aquiles para vengar la muerte de su hermano Héctor y dispara una flecha que –dirigida por le dios Apolo- hiere a Aquiles en el talón izquierdo y lo mata.

Briseida o Patroclo



En resumen, en la obra original la historia de la esclava Briseida es un hecho secundario. Lo importante es la cólera de Aquiles por la muerte de su “amigo” Patroclo, como inicia el primer verso de la Ilíada: “Canta, oh musa, la cólera de Aquiles”.


LOS CABALLOS DE AQUILES


Cuando vieron muerto a Patroclo,/que era tan valeroso, y fuerte, y joven,/los caballos de Aquiles comenzaron a llorar;/sus naturalezas inmortales se indignaban/por esta obra de la muerte que contemplaban. Sacudían sus cabezas y agitaban sus largas crines,/golpeaban la tierra con las patas, y/lloraban a Patroclo/al que sentían inanimado -destruido-/una carne ahora mísera -su espíritu desaparecido-/indefenso -sin aliento-/devuelto desde la vida a la gran Nada. Las lágrimas vio Zeus de los inmortales/caballos y apenose. "En las bodas de Peleo"/dijo "no debí así irreflexivamente actuar;/¡mejor que no os hubiéramos dado caballos míos/desdichados! Qué buscabais allí abajo/entre la mísera humanidad que es juego del destino. A vosotros que no la muerte acecha, ni la vejez/efímeras desgracias os atormentan. En sus padecimientos/os mezclaron los humanos". -Pero sus lágrimas/seguían derramando los dos nobles animales/por la desgracia sin fin de la muerte.

Contantino P. Kavafis





Publicado en Gente10, volumen X, número 57 (2004)

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