Ahora, hijo mío, para que te duermas tranquilo, te voy a contar una historia, una leyenda griega ¿Recuerdas a los griegos? Sí los mismos que idearon la democracia, que sobresalieron en la matemática y que fueron los primeros en pensar en la célula, como te ha contando en la escuela.
Pues bien, no creo que tu maestra te haya contado la historia de Ganímedes. Todas las historias comienzan con “Había una vez”. Así pues, había una vez un rey llamado Tros que pertenecía a la casa real de Troya. El monarca estaba casado con Calírroe. Tenía varios hijos: Ilo, Asáraco y Cleopatra; pero todos sobresalía Ganímedes, apuesto adolescente. Era el preferido: el rey lo amaba profundamente.
Zeus –cansado de su relaciones con mujeres- lo miró desde lo altote su palacio ¿Recuerdas a Zeus, el rey de los dioses? Pues él motivado por su deseo, con un conjuro mágico se transformó en águila. Cuando el joven estaba cuidando los rebaños de su padre en los alrededores del palacio, lo cogió con sus garras y se lo llevó a su residencia, situada en lo alto del monte Olimpo, desde el cual se divertía tirando truenos y participando en banquetes.
Tan hermoso era Ganímedes que Zeus quiso preservar su belleza de las calamidades de los mortales: la enfermedad y la vejez. Así, dándole de tomar el divino néctar, lo hizo inmortal.
Debido a que el joven se aburría de la vida en palacio, Zeus le consiguió un trabajo: debía servir néctar a los dioses en las frecuentes fiestas que celebraban, aunque algunos dicen que esto fue un pretexto para tenerlo siempre cerca.
Tros, el padre de Ganímedes, lo buscó por todos los confines de su reino, pero no lo halló. Interrogó a todos sus súbditos. Algunos de sus criados y esclavos le explicaron que habían oído una tempestad y que luego el príncipe se había desaparecido. Uno de ellos le contó que su hijo fue secuestrado por un águila.
El rey no creía esta historia, pensaba que uno de sus enemigos había secuestrado a su hermoso hijo. Viendo su tristeza, Zeus instruyó a Hermes para que en sueños comunicara al rey Tros lo que había sucedido a su amado hijo.
Hermes, el veloz mensajero, le aseguró que Ganímedes se había hecho inmortal, nunca más enfermaría, ni moriría, que estaba sirviendo vino en el Olimpo, lugar donde ningún otro mortal había entrado. Luego le mandó dos hermosos caballos, tan ágiles y fuertes que solo podían compararse con la pasión que tenía Zeus por Ganímedes. Así el rey Tros creyó la historia y se contentó por la vida que llevaría su hijo con el potente Zeus.
Pero había dos problemas. Zeus ya estaba casado: Hera era su mujer. El trabajo de servir ambrosia, el néctar de los dioses ya estaba tomado: Hebe, su hija era la copera. Pero a Zeus poco le importaba, Ganímedes era tan buen mozo que todo lo valía.
Al fin cedió a las pretensiones de su esposa, pero él quería mirar siempre a su hermoso compañero, por lo que lo transformó en Acuario, -sí hijo mío- en la constelación de Acuario. Cada vez que Zeus quiere compartir con su compañero, sale con su águila a contemplar el estrellado cielo, recordando los días y las noches en que estuvieron juntos.
Muchos en Grecia y Roma recitaban esta historia. Algunos cuentan que había templos en todo la Antigüedad donde se narraba, pero eso fue hace mucho tiempo.
Así el prudente Zeus robó al rubio Ganímedes por su belleza, para que estuviera entre los inmortales y en la morada de Zeus escanciara a los dioses, ¡cosa admirable de ver! Ahora, honrado por los inmortales, saca el dulce néctar de una cratera de oro. Inconsolable pesar se apoderó del alma de su padre Tros, que ignoraba adonde la divinal tempestad le había arrebatado a su hijo, y desde entonces lo lloraba constantemente, todos los días. Pero Zeus se apiadó de él y le dio a cambio del hijo caballos de ágiles pies, de los que usan los inmortales. Se los dio de regalo para que los poseyera, y el mensajero Hermes se lo explicó todo por orden de Zeus; que Ganímedes sería inmortal y se libraría de la vejez como los dioses. Y desde que oyó el mensaje de Zeus ya no lloró más; sino que se alegró interiormente, en su corazón, y alegre se dejaba conducir por los caballos de pies rápidos como el viento”
Homero, Himno a Afrodita.
Publicado en Gente10, Volumen 12, Número 70 (2006)
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